Una serie de acaecimientos me han descubierto un escritor minoritario en lectores pero inmenso en talento, del que ya había escuchado muy buenas críticas venidas de una gran persona que más que profesor ha sido Maestro: mi querido Juan Cano Conesa. Ahora, pasado el tiempo (cinco años hace de aquellas reflexiones), la casualidad (que siempre juega sus cartas) ha querido que en mis manos caiga Asklepios de una forma que no revelaré en este espacio. Lo leí durante el verano, presa de una pasión no sólo por la forma de decir, sino por lo que sus palabras evocan. La lectura de Asklepios se torna un proceso en constante evolución en el que no se puede adentrar nadie que no sea capaz de dejar su mente en blanco, de abstraerse de todo aquello que le rodea y dejarse embriagar por la palabra lúcida de este griego contemporáneo que nos remueve los cimientos de la conciencia, de la razón y de la emoción más honda. Viajar con Asklepios hasta los territorios antiguos de la infancia motiva el reencuentro con el hombre-mujer de hoy. Es cierto, y en muchas ocasiones así nos lo deja dicho, que nada vuelve, que el tiempo es el juez más implacable de cuantos puedan existir; sin embargo, también nos acerca el recuerdo de lo que hemos sido. Y se puede uno conocer a sí mismo sólo indagando en las emociones pasadas y dejando que aquéllas den lugar a otras nuevas y actuales. Porque en definitiva lo que dura no es más que una sucesión de instantes que antes de enunciarlos ya se han ido. Somos como una marea de momentos, y aquellas emociones de la infancia y la juventud son las que hoy construyen las sensaciones del adulto que escribe.
Ahora que, gracias a mi reciente aniversario, alguien, casualmente, ha venido a regalarme la Tríbada, regreso sobre sus palabras y vuelvo a sentirme atrapada por ese universo suyo tan particular. Entresaco unas cuantas citas de aquel Asklepios, pensamientos que os dirán por dónde anda este filósofo de la vida que explica al ser humano y todo lo que de inexplicable hay en él.
Que las disfrutéis. Y gracias, amigo, por el regalo.
“Para averiguar quiénes somos, tenemos que indagar cada una de las edades que hemos sido, tratando de conocer los seres que fuimos. Esta empresa requiere las siguientes operaciones: remover la conciencia, para encontrar las sensaciones allí depositadas; sacar tales sensaciones a la luz; interpretarlas, y concluir. Este empeño precisa de un gran esfuerzo de imaginación, siempre doloroso. Entiendo por imaginación la capacidad de operar con sensaciones, a la manera que el intelecto opera con conceptos, y sacar, como conclusiones, otras sensaciones”.
“Para muchos, la extensión es repetición: los mismos átomos producen las mismas cosas; por consiguiente, la novedad no existe. Para otros, en especial para los niños, la extensión es acaecimiento; nada se repite, la novedad rige el mundo. Entre los primeros se hallan algunos filósofos y reflexivos, los desengañados, los cansados y muchos suicidas; entre los segundos, amén de los niños, los poetas, los viajeros en lejanas tierras y los narradores de cosas fabulosas. […] La novedad, extensión y misterio del mundo es algo que reside en nosotros, y que, por así expresarlo, prolonga el ser de la infancia”.
“Sólo el que tiene fe en la llegada del acaecimiento y en la existencia de lo maravilloso, espera la aventura, es decir, la realización de lo indeterminado. Tales se llaman almas ilusionadas”.
“El artista no copia ni puede copiar: objetiviza una emoción, sosteniendo el instante y haciéndolo perenne”.