"Uno de los prejuicios más generales y extendidos consiste en creer que
cada persona posee cualidades que le son propias e individuales, que hay
hombres buenos, malos, inteligentes, estúpidos, enérgicos, apáticos, etc. Pero
la gente no es así. Podemos decir del hombre que es con más frecuencia bueno
que malo, inteligente que estúpido, enérgico que apático, y viceversa; pero no
tendremos razón en afirmar de una persona que es buena o inteligente, y de otra
que es mala o estúpida. Y siempre las dividimos así. Eso no es justo. Las
personas son como los ríos: el agua de todos ellos es igual y siempre la misma,
pero cada uno es, bien estrecho y rápido, bien ancho y lento, bien puro y frío,
bien revuelto y templado. Así son los hombres. Cada persona lleva en sí los
gérmenes de todas las cualidades humanas y a veces se revela una, a veces
otras, y a menudo no se parece en nada a sí mismo, aunque no deja de serlo. En
algunos casos, estos cambios son particularmente acusados".
Tolstoi, Resurrección, 1899.
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Nadie tiene el equilibrio de la hoja de la imagen.
Somos así: un río revuelto, una cara y su cruz.