Inauguramos el 2016 y parece que es oportuno, casi obligatorio, hacer balance de hasta dónde ha llegado uno en los 365 días precedentes y qué le ha quedado en el tintero. Por mi parte, si tuviera que hacer una lista de propósitos para el año entrante, sería, como casi todo el mundo, un elenco de obviedades que acaban por no cumplirse. No obstante, me apetece compartir con mis dos o tres lectores que aún navegan por aquí algunos deseos que no considero del todo habituales, a saber:
1. Mirar más y mejor para ver en esencia. Estoy cansada de observar gente corriendo desde primera hora de la mañana para dirigirse maquinalmente al trabajo. Lo sé por las caras antipáticas, soñolientas y, en algunos casos, despistadas, que se asoman por las ventanillas de los coches en unas vidas autómatas donde no cabe la opción de ceder el paso en esa carrera cuya meta es ningún lugar importante. Me rebelo contra la prisa, contra este ritmo absurdo en el que, casi sin querer, también tú te ves envuelto: de repente aceleras, corres aunque te sobre el tiempo, dejas de ceder el paso... Y es que te lleva la corriente del mundo que te rodea. No... Este año slow travel... Y slow food, y slow life.
2. Escribir para crecer. Sé que no es del todo novedoso este aspecto; sin embargo, tengo cosas que decir. Existe un país inventado que poco a poco va cobrando forma, un universo llamado Eutropia (en honor a esa ciudad invisible de I. Calvino) que se está llenado de colores como un caleidoscopio y está a punto de estallar para ser realidad. Sus pilares constructivos son la filosofía de Marc Augé, los postulados de Duccio Canestrini, las anécdotas viajeras de Lawrence Osborne, las aventuras sin par de Corto Maltés. Y también, por algún lugar recóndito, andan danzando un par de cuentos cuyos protagonistas son ciudades que una vez visité. ¡Quién sabe si alguna vez, tal vez este año, acabarán cobrando la forma de la palabra!
3. Vivir para no dejar de ser yo. Darme tiempo a mí misma. Saber estar a solas con la melancolía del pasado y del futuro que aún no está por venir; aprehender el idioma de las flores; hablar con la música a cada paso de los rincones de mi casa; entrar en los versos, en la literatura; oír las sombras y comprender que solo están ahí porque hay luz.
En realidad este pequeño listado de deseos no es más que una buena excusa para no abandonar este rincón del horizonte desde el que me asomo al mundo de vez en cuando, y también un buen post para desear un feliz año a todos.