Y hoy toca despedirlo. Como la fuerza de la
gravedad, se ha caído de nuestra agenda sin poder hacer nada por retenerlo. Esta
vez, más que ninguna otra, sé que echaré de menos demasiadas fechas de este
calendario, demasiados días y demasiados instantes precisos.
Comenzó lleno de alegría, y se confirmó a las
siete de la mañana de aquel lejano trece de enero, cuando supimos que el
resultado era “embarazada 3+”; después, en los veinte minutos de coche hacia el
trabajo, miraba las formas de las nubes en cielo, y con mi secreto guardado pasé
la mañana dando las clases, hablando con mis compañeros y a punto de
desbordarme de luz: ya no era yo, era otra, éramos dos. No entendía cómo a
simple vista nadie veía mi transformación. Y esa sensación de estar radiante es
la que me ha acompañado hasta el veintiuno de septiembre.
Entre tanto, escuché por primera vez su corazón,
fui viendo cómo creció desde los trece milímetros hasta los cincuenta y un centímetros,
dije sí y firmé el documento, tuve por primera vez entre mis manos mi propio
libro de familia, la tarta simulaba mis halos de azul y la literatura y los
cuentos donde iban insertas las casualidades de la vida que hicieron que un
diecinueve se fijase en otro calendario para llegar hasta hoy, paseé durante
horas por el impresionismo del Museo de Orsay dejándome llevar por las
pinceladas de Manet, Renoir, Monet, Degas, Van Gogh…; recorrí los Campos Elíseos
y divagué por las orillas del Sena en la noche parisina con los acordes de Cortázar
y la Maga; pasé
dos meses disfrutando del mar y del sol, viví las últimas patadas y la
voltereta final en el Playazo, en pleno Cabo de Gata, rodeada de pitas y azul y
de todo lo que me hace recordar que soy quien he querido ser, pero también que
fui. Quise como nunca tomarme un chocolate con churros, y entonces comenzó a
hacer el viaje hacia este mundo, hacia esta casa, y todo fue como un sueño que
pasó demasiado rápido. Lo tuve por primera vez en mis brazos y al mirarlo vi en
sus ojos tan abiertos una expresión de búsqueda, pensé que tal vez iba a ser un
alma inquieta que buscase respuestas a tantos interrogantes como tiene este
mundo.
Y desde entonces, cada día quisiera detener
la gravedad, vivir en un estado indefinido de suspensión en el que los
acontecimientos no transcurriesen, porque todo cambia y sé que no volverá. Siento
nostalgia anticipada incluso de lo que aún no ha llegado: la primera vez que
diga mamá, sus primeros pasos, su primer abrazo…
Y así pasa todo, como en un sueño.
Ojalá el 2015 sea para todos los que aún
paséis por aquí, como mínimo, la mitad de excepcional y fantástico que para mí
ha sido el 2014. Feliz año.
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