Y los pasillos están repletos de gentes que sueñan con convertir sus casas en esos espacios idílicos que te muestran en unos cientos de metros cuadrados: han creado un ambiente de película en una nave fría e industrial; han conseguido que pasemos por delante de esas estancias ficticias y nos sentemos en sus sofás y sus mesas como si se tratase del hogar que va a acogernos con los brazos calientes y la calma de lo cotidiano.
Compras objetos aislados, compras elementos que te hagan recrear esa sensación una vez que estés de vuelta. A tu regreso los colocas y ves el truco: estabas en un escenario, tu casa sigue siendo tu alma. En realidad nada de lo que has adquirido te pertenece. Más bien necesitas huecos, espacios vacíos con que llenar tu imaginación, lugares de tiempo que te ayuden a crear las películas que siempre has fantaseado mientras te recuestas en ese sofá beige que te recibe con la forma exacta que tu postura favorita le ha ido marcando.
Levantas la mirada y ves ese objeto decorativo, esa alfombra cuyos colores imposibles se alejan del blanco que persigue tu mirada y tus deseos... te has equivocado. Los espacios perfectos son los que llevas dentro de ti. Has caído, has comprado lo que te han vendido, has cedido al creerte el truco de magia. No importa: mañana, sin falta, lo devuelvo todo. Finalmente, he gastado lo más valioso que una persona puede poseer: su tiempo. Quien esté libre, que tire la primera piedra.
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