Es cierto que, con demasiada frecuencia, uno
tiende a ver solo el lado malo de las cosas, ese filo punzante que hiere de
forma sutil sin apenas notarlo de inmediato, pero que va, poco a poco,
conformando una herida.
Es mejor poner el cielo boca abajo, levantarse
del suelo, mirar con agrado la tormenta que amenaza el cielo de esta noche,
abrigarse del frío y, mientras suena Lou
Reed, mirar el otro filo, el que no te hace daño.
Y así, en estos últimos tiempos, puedo contar
algunas cosas buenas: tuve buenas noticias de alguien a quien aprecio que lidia con una enfermedad
y que gusta firmar con trazos de una nube; uno de mis alumnos (uno de esos que
salvarán este mundo) ganó ayer un concurso después de prepararlo durante muchos
huecos; hoy he brindado con mi amiga (mi buena amiga Maite) porque cumple uno
más; esta noche cocinaré para mi hermana, con quien comparto charlas y algunas
otras cosas que nos tienen unidas; y, si me esforzara, aún podría seguir…
De repente siento que el polvo puede ser,
fácilmente, llevado por el viento. Basta con soplar.
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