Juega
al corro chirimbolo cogido de las manos de la abuelita, llamando al gato Rubén
para que participe en el juego. Entre cántico y cántico, yo, al otro lado de la
ventana, palpo con una corporeidad asombrosa la velocidad del transcurso del
tiempo: muchos años atrás escuchaba en este mismo lugar aquel CD de música
titulado “canciones chulas de verdad”. El escenario era el mismo, pero frente
al calor de la chimenea había otra gente que sentía la casa de la huerta como
un espacio entrañable, desfilaban por mis inquietudes otros sueños que hoy se
me antojan quimeras de juventud, miraba el presente porque nunca se me antojaba
mirar hacia atrás ni mucho menos hacia delante, escuchaba el chirriar de la
leña en el fuego que igual que hoy preside la estancia, pero no sonaba con aire
de nostalgia.
Han
pasado los años. Más de tres lustros. Al otro lado de la ventana el juego ha
derivado en correr tras la pelota. Suenan de fondo el "gol" cada vez que la pelota da en la pared acompañado de las risas de mi hijo, que ya cuenta en su haber con dos años y casi seis meses.
Él es quien verdaderamente me ha atado a la vida: sé que su presencia me
instala más allá de cualquier tiempo, que antes de él yo era quien hoy ya ha
dejado de ser. Entonces no miraba, no escuchaba, no estaba atenta: hoy mis
cinco sentidos giran por él, contemplo el mundo y si tengo ganas de mejorarlo
es más por él que por nadie. Que se pare el tiempo porque este es mi gol a la
vida. El significado de un hijo trasciende la propia existencia. Quizás nos dé
un sentido verdadero.
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