Admiro a Muñoz Molina. Lo digo así, sin más. Con él viajé a La noche de los tiempos en un momento en el que necesitaba nombrar una pasión; fui a paraísos en los que sentí el calor de las palabras colocadas en su lugar exacto durante la estación de El invierno en Lisboa. Aquel verano terrible en el que estaba más perdida del mundo y de mí misma que en ningún otro momento, viví en Cabo de Gata bajo El viento de la luna... Y así podría seguir enlazando obras y vida. Él dice lo que cualquier ser humano puede sentir de una forma que pareciera fácil, natural, sin artificio, producto, por ello, de una enorme destilación del lenguaje y del trabajo de alguien tocado por la varita mágica del don de la palabra.
Desde que inicié mi blog, que solo leen una o dos personas (mi marido y quien cae por casualidad por aquí), enlacé su página Web en el recuadro de aquí al lado. Hoy me he tropezado con esto que cuenta a propósito de la comida con un amigo suyo científico:
Dice Luis que una de las cosas que más le cuesta comprender a la
inteligencia humana es lo frágil que es todo, lo a punto que ha estado
siempre todo de no suceder, lo fácilmente que se desbarata lo que
existe.
[Extraído de aquí]
Pues eso: lo fácilmente que se desbarata lo que existe. A veces basta una palabra, un gesto; otras, incluso, es suficiente con una intuición.
1 comentario:
Totalmente de acuerdo, todo es de una fragilidad tan extrema, que a veces, la rotura es tan imperceptible que cuando vienes a darte cuenta ya no tiene solución
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