Desde hace unos días a mi hijo le ha dado por pedirnos, tanto a su padre como a mí, que los cuentos de antes de dormir no sean de los libros ilustrados que atesora en su estantería, sino "mamá, cóntame un cuento de aquí, de tu boca". La conjugación irregular de los verbos que él convierte en regular, unida a la idea de que el cuento sea inventado en voz bajita solo para él y con las condiciones que esa noche ponga (un elefante azul, la playa y el cocodrilo...) no dejan de sorprenderme. Me parece alucinante que ya haya descubierto que no hay artefacto más potente que nuestra propia imaginación; pero aún me resulta más curioso el paso que anoche dio: "No, mamá. No se llaman así, son Antonio, Hugo, Blanca y Alba. Y el papá no le dice que lleve la cesta como lo has dicho tú... le dice...". Y corrige mi entonación y lo que dice el personaje del cuento.
A sus dos años y medio Darío ha descubierto que la creatividad y la fantasía son divertidas, y de ser espectador de los relatos de sus padres se ha convertido en el creador, en parte, de las aventuras de sus personajes favoritos. Acaba de dar el gran salto hacia la creación.
Me fascina este hecho. Ojalá nunca deje de cultivar esa Fantástica.
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