Leo con estupor que la reciente ganadora de un sustancioso premio literario declara en una entrevista reciente que en España aún no hay una Angela Merkel a la que no le importe qué ponerse encima, no pasar por el tinte para esconder sus canas y no meterse un "chute" de botox en cuanto sea necesario, añade que vende más la imagen de una mujer pasando revista a las tropas que la de un hombre y que aún hay esperanza para este país porque hay mujeres muy valiosas... y algunas lindezas más que le han valido, junto a su novela y su imagen chic, ciento veinte mil euros del premio concedido. No he leído nada de esta señora, así que no puedo decir de qué tinte es su literatura según mi criterio (absolutamente personal, ya que es mío solo), pero si el autor -autora en este caso- me dice que la opinión de un personaje público se basa en un 90% en su imagen he de replicar que no, no casi todo está en la imagen: por ejemplo a mí me importa bien poco la cantidad de botox que lleve usted o cualquiera otra (según ella los hombres no necesitan recurrir a estos arreglos) en su cara, prefiero, antes que nada, hacer lo que he hecho esta tarde: teclear su nombre en Google e irme no a sus fotos, sino a una entrevista reciente para saber cómo habla, qué opina, cuáles son sus preferencias en la vida. De momento, así, a priori, no me interesa lo que puedan contarme sus personajes.
Soy absolutamente contraria al feminismo mal entendido: la sensibilidad, el tesón, el esfuerzo, la inteligencia, la capacidad de liderazgo y de trabajo en equipo, el humor, la diligencia en la resolución de conflictos, la organización, el entusiasmo... no tienen en exclusividad nombre de mujer: conozco hombres que bien encajarían en este patrón. Pero queda actual y moderno descalificar (por omisión) al género opuesto y abogar por la mujer porque en nuestra sociedad machista todo nos ha sido arrebatado, y ahora resulta que somos heroínas y estamos empezando a reivindicarlo. ¡Qué daño está haciendo esta postura que inclina la balanza de forma peligrosa! Quiero escuchar que uno no vale más que otro por ser hombre o mujer, sino justamente, por su competencia para desarrollar la función que se le asigne y su habilidad para compaginar todas las facetas de la vida sin perder el sentido del humor.
Pues eso, frivolidades de género.
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