Desde hace años -demasiados- mis años no comienzan en enero, sino con el nuevo curso escolar. Éste no está siendo diferente: agradezco que me nazca la ilusión renovada de saberme frente a unos adolescentes a los que con todas las herramientas que las palabras y la música y el arte ponen a mi alcance, intentaré agitar. No consiste en que aprendan muchas cosas, sino en suscitarles la curiosidad por aprender algunas. No se trata de lecciones magistrales, sino de hacerlos mirar la vida con ojos inquietos para que sean capaces de sorprenderse por hechos casi invisibles. No busco grandes mentes, sino “personitas” que se están formando y que esculpirán un futuro tal vez mejor.
Desde hace años -demasiados- mis primeros días de curso escolar son siempre un manojo de nervios: este año, como aquel en el que mi madre me dejó en el aula de preescolar con una trenza y un babi azul (no me gustaba el rosa), me enfrento al acontecimiento con un gusanillo que me recorre el estómago, casi feliz de que todo se produzca de nuevo. Y consciente de que este año, casi tanto como entonces, casi tanto como el pasado, mi vida cambia al ritmo de cada página explicada y de cada poema medido.
Desde hace años -algunos menos- me sorprende que este centro de enseñanza que me habita y que yo habito pueda aún depararme antiguas ilusiones junto a los primeros atisbos de incredulidad y escepticismo. Ha de ser este lado de la mesa; o ha de ser la madurez, que, sospecho, cada año me toca más de cerca.
Desde hace años -demasiados- mis primeros días de curso escolar son siempre un manojo de nervios: este año, como aquel en el que mi madre me dejó en el aula de preescolar con una trenza y un babi azul (no me gustaba el rosa), me enfrento al acontecimiento con un gusanillo que me recorre el estómago, casi feliz de que todo se produzca de nuevo. Y consciente de que este año, casi tanto como entonces, casi tanto como el pasado, mi vida cambia al ritmo de cada página explicada y de cada poema medido.
Desde hace años -algunos menos- me sorprende que este centro de enseñanza que me habita y que yo habito pueda aún depararme antiguas ilusiones junto a los primeros atisbos de incredulidad y escepticismo. Ha de ser este lado de la mesa; o ha de ser la madurez, que, sospecho, cada año me toca más de cerca.
2 comentarios:
Mucho ánimo mi niña.
Esos locos bajitos que se sientan en sus pupitres para escucharte e intentar aprender lo que les tienes que enseñar, son unos afortunados por contar con una persona como tu.
La gran persona que eres fuera del aula seguro que se ve reflejado dentro de ella, así que, animo y procuro que esos críos sean capaces de encontrar la magia de las letras y puedan valorar lo que la literatura les puede ofrecer.
UN besazo!!!!!
¡Gracias por tus ánimos, Germán!
Volveré sobre el mensaje cuando hayan pasado un par de meses, que es cuando las fuerzas empiezan a flaquear...
Ay la magia de las letras, si no fuera por esa magia no sería lo que hoy soy. Le debo mucho a los libros, le debo mucho a la literatura. Y a los amigos, ¡Germán!
Un besazo.
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