18 feb 2013

Compañero del alma, compañero



Estaban debajo de la higuera hablando en voz baja, con sonrisas tenues y miradas de respeto. Flotaba en el ambiente la sombra de un pasado que todos podíamos tocar y el eco de una voz. Era catorce de febrero. Él y ella se hicieron una foto en actitud cariñosa bajo ese árbol que emanaba inspiración. Otro se sentó alejado, pensativo. Alguno, de repente, lo sugirió: “Profe, ¿leemos un poema?” Y uno de ellos leyó en voz alta, declamando los versos, lanzándolos a la tierra. Y así, de esta humilde manera, hicimos nuestro homenaje a Miguel Hernández. De vuelta todos coincidían en que lo más especial de la visita a Orihuela había sido ese momento en el que, de alguna forma, esperábamos que nos impregnara algo de la inspiración del poeta al tocar las mismas piedras, al mirar las mismas ramas, al oler el mismo sol. Así que, en los últimos veinte minutos de la mañana, antes de dispersarnos cada uno hacia su vida, hicimos un círculo bajo el sol y algunos leyeron los versos del oriolano: soy tronco de mí mismo, mas no quiero; De mi sobrante, amor, y de ti falto,/ peno y suspiro azul, solo y esbelto; Inútil es mi oreja sin tus voces; Mis ojos, sin tus ojos, no son ojos/ que son dos hormigueros solitarios; Este rayo ni cesa ni se agota; Besarte fue besar un avispero; ¡Cuánto penar para morirse uno!; Me llamo barro aunque Miguel me llame; Llegó con tres heridas; Tristes guerras/ si no es amor la empresa./ Tristes. Tristes.

Y así fueron fluyendo de sus voces adolescentes palabras de otro tiempo y ¡tan sin tiempo! Yo, en silencio, absorta en la belleza de la escena, los miraba más allá de la voz, más allá de los años, y sentí la magia de la poesía y la tristeza del futuro. No pude evitar que se me formase un nudo en la garganta. Algunos confían en la difícil posibilidad de obtener una beca para estudiar en Canadá; otros, sencillamente, se muestran resignados ante un porvenir en el que saben que todo será muy difícil. Sin embargo, no se rinden: los veo estudiar con ahínco, mostrar un respeto infinito hacia la cultura, indagar en la historia para comprender mejor el presente, y, en definitiva, interesarse por todo aquello que los hace más personas.

Sonó el timbre. Todos nos dijimos hasta mañana con unas sonrisas alegres, conscientes de que algo había sucedido. Antes de irnos crucé la mirada con una de ellas, nos dirigimos un gesto de pena y de complicidad porque allí, en ese círculo, un año antes nos despedimos de Miguel, y allí, el pasado jueves, también estuvo Miguel, nuestro otro Miguel, nuestro compañero del alma...