7 mar 2018

Certezas



Salir de casa,
poner las manos al volante,
dejar que vuele el silencio,
que el paisaje te atraviese,
estar quietos y movernos,
deambular por los senderos,
mirar las nubes, eternas,
y ver, ver más allá de ellas.




Salir de casa para volver después,
pasadas las horas,
pasados los días.

En el camino estaba el sentido:
hay hilos que siempre nos llevan. 





1 mar 2018

Pataletas

Voy observando que, cada vez con más asiduidad, a los adultos que consideramos interesados en una materia, que asisten a cursos especializados en asuntos de su competencia o que escuchan conferencias o que reciben materiales que les servirán en sus trabajos, les cuesta mantener la atención consciente. Se ha eliminado el pudor de sacar el móvil delante del conferenciante para responder a un watsapp, es más, ya ni siquiera se intenta disimular que uno saca el teléfono y lo mira de soslayo para determinar si es importante o no: en primera fila, suena el tic, saca el móvil y, con jactancia incluso, responde sonriendo sonoramente. Después, levanta la vista y vuelve a prestar atención, tal vez. 

Me ha sucedido esta semana, el martes, concretamente. Y no pude resistirme: paré mi discurso y le dije con tono amable y un tanto cínico que si sonreía por mis palabras o por las del watsapp que acababa de responder. 

Estoy haciéndome mayor, y un tanto intolerante tal vez: no me gustan ciertas actitudes y me rebelo contra ellas. Mientras que veo a personas atentas, tomando notas, implicadas, constato que estas nuevas hornadas de jóvenes que se encargarán de la primera educación de nuestros hijos destilan modales que no responden al respeto ni a la educación. Por fortuna, mi generalización no es exacta: la mayoría serán gente implicada y muy profesional. Pero también están estos otros. Y no me gusta. ¡Qué añoranza de las cabinas telefónicas! Existía la posibilidad de comunicarse y estaba cada cosa en su lugar y en su momento.