22 nov 2013

¿Y si no somos artistas?

La ceguera
3 de Agosto de 1977

Un escritor, o todo hombre, debe pensar que cuanto le ocurre es un instrumento; todas las cosas le han sido dadas para un fin y esto tiene que ser más fuerte en el caso de un artista. Todo lo que le pasa, incluso las humillaciones, los bochornos, las desventuras, todo eso le ha sido dado como arcilla, como material para su arte; tiene que aprovecharlo. Por eso yo hablé en un poema del antiguo alimento de los héroes: la humillación, la desdicha, la discordia. Esas cosas nos fueron dadas para que las transmutemos, para que hagamos de la miserable circunstancia de nuestra vida, cosas eternas o que aspiren a serlo.

Jorge Luis Borges
Siete Noches


20 nov 2013

Un cuento, dos cuentos

A María José

 Durante la sobremesa de una comida muy especial, me encontraba relatando mis escasas aventuras de niña a un auditorio formado por un buen grupo de amigas. Yo siempre fui miedosa y preferí recluirme en las historias que inventaba que vivirlas en la calle de mi pueblo, junto a otros niños: escogí la soledad en vez de las multitudes y elegí el mundo de la fantasía en vez de la realidad. Entre cafés y dulces reíamos animadamente, después de una comida de “autora” (¡nuestra anfitriona lo hace todo bien!, ¡qué mujer!) y las carcajadas fluían solas al comparar mi cobardía con las acciones trepidantes y peligrosas de las otras comensales. Por esas etapas discurríamos cuando una de ellas me dijo: “¡oye, te pareces al cuento de la princesa y el guisante!”. La miré sorprendida y aún lo estoy hoy. De toda la cuentística de la tradición popular acertó en la elección: La princesa y el guisante estaba recogido en una antología de cuentos que mi tío tenía (y tiene) en la biblioteca de su casa. De niña me moría de ganas de irme a aquel rincón para jugar con mi prima (siempre fuimos cómplices), y pasaba allí todas las noches de Reyes Magos, lo que significa que mi primer regalo del año pasaba por leer ese cuento una y mil veces, hasta que llegaba al séptimo colchón y allí estaba el guisante y aquella era la verdadera princesa, la elegida por el príncipe… Y así repetía la lectura, viviendo la prueba una y otra vez, esperando que llegase el conocido final feliz.

Hoy observo callada con nostalgia a aquella niña sentada en una vieja mecedora que aún sigue ocupando su puesto en la casa de mi tía junto a la estantería donde habitan los libros (en los últimos años cede su sitio para dejar espacio a un gran árbol de Navidad, entonces en mi familia no existía esa costumbre, sino la del belén); la veo con su pelo recogido en una eterna trenza, allí está, balanceándose con los pies colgando sin alcanzar el suelo, y buscando con expectación la consabida página donde empieza su cuento. Se aísla de todos, ella y las palabras, mientras a su alrededor deambulan en los trajines navideños la prima, las amigas de la prima, la tía, los abuelos… y ella lee sin cesar línea tras línea hasta llegar al final. Después, pasa de largo por dos cuentos y se detiene: ahí está La niña de la caja de cerillas, y siente el mismo frío de la protagonista en sus manos, enciende otra cerilla, (¡sí, enciéndela y caliéntate!- le grita en silencio), y otra más, y así hasta que se agotan las cerillas. Sabe que la niña ha muerto, pero quiere pensar que no es así, que está en un mundo mejor. Y la prima llega correteando, le dice que deje ya el libro, que abajo las esperan para ir a la cabalgata porque ya han llegado los Reyes Magos al pueblo, y entonces devuelve el libro azul a su hueco del estante, al lado de ese granate con las letras doradas que le dibujan un lomo majestuoso, y se despide cómplice de él hasta muy pronto, sabiendo, como sabe, que su regalo, el mejor, acaba de acariciarlo.

Estos días no he dejado de darle vueltas a este libro, a esos dos cuentos, a aquella niña que desapareció bajo siete colchones tras la luz tenue de unas cerillas, a esta mujer de hoy que mira de reojo a la realidad mientras se instala en el país de la fantasía. Pensándolo bien, no hay tanta distancia: todos somos, casi, lo que fuimos. Los matices solo los dan las páginas transitadas, los caminos no recorridos.

18 nov 2013

Con o sin motivo







¿Acaso es tiempo mal gastado el que se emplea en vagar por el mundo?
Don Quijote

Esta mañana he vuelto a sentir ese algo inefable que me habla susurrándome en los adentros y me dice que ya es hora de coger la maleta y montarme en el primer tren que pase rumbo a ninguna parte. Ya intuí algo el otro día cuando, camino del centro de la ciudad, tuve que esperar a que pasase el tren. Detenida en el borde de la vía, noté el escalofrío: hubiera preferido estar en el estómago de la ballena que navegaba por los raíles que fuera, contemplando cómo se escapaba ajena a mí, a otro espacio tan distinto al mío, rumbo a otra vida. Es una sensación constante con la que vivo y que me hace sentirme, cada cierto tiempo, fiel a mí misma: de repente, sin ningún motivo (al menos aparentemente, quién sabe si habrá algún motivo para todo) siento que quiero viajar, moverme de donde estoy, no instalarme en la cómoda quietud, respirar otros aires. Esas ganas de volar son innatas a mi yo: no sé ser sin el deseo de no estar permanente en parte alguna; sin embargo, vivo anclada a una mesa con un ordenador, a un trabajo diario, a una casa con sus paredes. Es el eterno conflicto que muy bien vio Cernuda (por poner un nombre) entre la realidad y el deseo. En cuanto publique este post, me pongo a buscar un billete para cualquier lugar. Tengo ganas de vagar por la cuna de la civilización occidental (que es lo mismo que decir Grecia) y rememorar los pasos de Ulises… demasiadas ganas.

12 nov 2013

El circo de la memoria




Hay que pasearse por estas páginas, por este hilo de memoria, tiempo, recuerdo, olvido... y divagar para encontrarse.

http://www.elcircodelamemoria.com/ 

5 nov 2013

Tarde de domingo



Para los griegos no había diferencia entre la idea y su vestidura, entre el ser y el parecer. «Apropiarse de la belleza», uno de sus principales propósitos, era una norma ética, no sólo estética.
Javier Reverte, Corazón de Ulises


Y así se me fue el domingo... entre líneas, pueblos y barcos que me llevaron hasta la Grecia de Ulises. Aún es martes, y ya espero la nueva tarde que me conduzca hasta otros paraísos nunca pisados por mis pies. La literatura de viajes, en ocasiones, puede hacerte navegar hasta el punto de olvidarte del día a día que se obstina en tornarse un territorio plagado de piedras.