“Una creación artística digna de ese nombre, al enfrentarse a todo lo real, debe mantener los dos designios: tiene que expresar, desde luego, la parte violenta, sufriente de la vida, así como todas las formas de perversión que esta vida engendra, pero también tiene como deber continuar revelando lo que el universo vivo encierra en cuestión de belleza virtual. Cada artista, en definitiva, debería cumplir con la misión asignada por Dante: explorar a la vez el infierno y el paraíso. De hecho, una de las pruebas de la existencia de esa belleza virtual se encuentra en la creación artística misma. En ella, la búsqueda de la belleza, de la forma y del estilo –aunque esa belleza, necesaria, nunca es suficiente- es la marca que distingue una obra de arte de las demás producciones humanas de finalidad utilitaria. El arte auténtico es en sí una conquista del espíritu; eleva al hombre a la dignidad del Creador, hace surgir de las tinieblas del destino un relámpago de emoción y de goce memorable, un rayo de pasión y de compasión compartible. Por sus formas siempre renovadas, tiende hacia la vida abierta derribando los tabiques de la costumbre y provocando una manera nueva de percibir y de vivir.
[…]
El arte es siempre la cristalización de un “aquí y ahora” aparentemente provisional, la elevación de una presencia en el tiempo como advenimiento. Por las formas realizadas que reactivan el gran ritmo, es para el hombre el medio supremo de desafiar al destino y a la muerte”.
François Cheng, Cinco meditaciones sobre la belleza,
Madrid, Siruela, 2007. Pág. 80.
Al leer esta página en voz alta a un receptor con el que me encanta polemizar y poetizar me dijo:
-¿Y cuál es, para ti, la realización práctica de ese pensamiento abstracto?
Mi respuesta fue inmediata: el párrafo donde Muñoz Molina describe los horrores de la guerra en La noche de los tiempos, las pinturas negras de Goya, la Pasión según San Mateo de Bach, y así un largo etcétera.
El arte surge de un conflicto: es el infierno y el paraíso de Dante, es la historia desgraciada de Paolo y Francesca contada de la precisa forma en que él lo hace, es el recuerdo de los tiempos felices desde la agonía del dolor presente en los versos:
Amor, ch'a nullo amato amar perdona,
mi prese del costui piacer sì forte,
che, come vedi, ancor non m'abbandona.
E quella a me: «Nessun maggior dolore
che ricordarsi del tempo felice
ne la miseria; e ciò sa 'l tuo dottore.
Divina Comedia, Dante. "Infierno", Canto V.
Me parece acertada la idea de que el artista, en el momento de la creación, es un “dador de forma”: de la nada surge un mundo posible hecho materia que huye de la cotidianeidad. Es la vía por la que el hombre se sitúa sobre el tiempo y el espacio. Es el Arte con mayúsculas. Sin embargo, me gustaría lanzar una pregunta a propósito de esta idea: ¿realmente una obra de arte surge de la nada? ¿No es, acaso, una forma distinta de expresar o decir lo ya dicho? ¿Qué es, entonces, Arte?
Y Chopin para la inspiración: