30 oct 2010

Besarte fue besar un avispero

El beso, Picasso (Tate Modern, Londres)

Hoy se celebra el centenario del nacimiento de Miguel Hernández.

En esta efeméride quiero cantar el verso que me agitó estrepitosamente el alma literaria que me habita: descubrí , camino de su casa en Orihuela, al poeta.


No me conformo, no: me desespero

como si fuera un huracán de lava

en el presidio de una almendra esclava

o en el penal colgante de un jilguero.


Besarte fue besar un avispero

que me clava al tormento y me desclava

y cava un hoyo fúnebre y lo cava

dentro del corazón donde me muero.


No me conformo, no: ya es tanto y tanto

idolatrar la imagen de tu beso

y perseguir el curso de tu aroma.


Un enterrado vivo por el llanto,

una revolución dentro de un hueso,

un rayo soy sujeto a una redoma.


Miguel Hernández, El rayo que no cesa


Miguel Hernández nació para que quienes amamos la poesía y a los poetas nos aferremos a sus palabras de hombre y subamos a las más altas cumbres de la literatura hecha música para el aire, voz para el pueblo, susurro de palabras al oído para los amantes.

Y la música, de entre todas las posibles, una llena de esperanza:

Canción última


22 oct 2010

Hoy es un día especial



(Detalle de las flores que cuido y que alegran mi balcón)


LEY DEL TIEMPO

A mis 31


Es curiosa en la vida

la percepción del tiempo:

siendo niña, ni siquiera existía;

cuando joven, su suceso era lento.


Hoy, ya mujer que carga con su sombra,

certifico el frenético latido

que imprime a su carrera.

Con esa misma furia

de este ahora que cumple treinta y uno,

modelo los principios de todo mi futuro

y sello los finales de los viejos pasados.


Nel mezzo del camin

canto el giro del mundo,

agradezco las alas que hasta aquí me han traído,

y rezo al dios diverso que reina cada día

por que queden muy lejos huracanes de muerte

y conserve en las manos, renovado el milagro,

el azul de la vida.



Gracias: por las felicitaciones, por los regalos. Por estar.

6 oct 2010

Clásicos impopulares



A menudo me pregunto qué nos mueve, ahora, a rechazar a ciertos clásicos de la literatura que nos acompañaron en la infancia y perseveraron en la juventud. Hace poco me mordí la lengua mientras asistía al sacrificio crítico de Julio Verne, un autor al parecer poco apto para las nuevas hornadas de alumnos de nuestros institutos. Me dolió como si un extraño viniera a decirme que mi bisabuelo no sabía contarme los cuentos que me contó y que aún habitan mi imaginación. Me recuerdo sujetando en mis manos Viaje al centro de la tierra y acompañando en la caída a Axel. Fue una experiencia frenética, de la que me queda esa curiosidad por las piedrecitas que adornan las playas de Almería, con sus colores fascinantes formando un mosaico natural. Puedo observarme adentrándome en la selva o llevando sobre mi hombro a Viernes, sobreviviendo cual Crusoe en la isla desierta de mi pueblo en aquel verano interminable. Por no hablar de los tesoros buscados, de las ochenta vueltas que pude dar al mundo en un solo día. De subir a la Luna -¿habré bajado completamente de ella?-.

Al fin, la lectura es un huracán de bendita subjetividad, un torbellino de emociones, un gozo intransferible. Porque la imaginación puede asustar a quienes, extraviados en los albores de su edad tardía, ya perdieron las riendas de ese caballo fascinante que es metáfora de la libertad.

Nos salva la gramática de la fantasía, la morfología de la creatividad, la sintaxis de la utopía, la insubordinación de los sueños. Por suerte.

2 oct 2010

La noche de los tiempos (I)



“Hace falta ambición para que se cumplan
los deseos: no puede uno dejar que la incredulidad
y la desgana lo carcoman por dentro”
A. Muñoz Molina, La noche de los tiempos,
Barcelona, Círculo de Lectores, 2009. Pág. 54.


En otros tiempos ubicados en la noche de mi juventud sentí algo similar a lo que ahora no me esperaba: la emoción de leer una novela conteniendo el aliento. Claro que disfruto con la lectura, pero lo que es atraparme, como si con un puño me cogiesen desde dentro, eso sólo me sucede de cuando en cuando. Es una pasión difícil de explicar a quien no la haya sentido. Antaño se lo he debido a Stendhal, Flaubert, Melville, Clarín, García Márquez… Hoy se lo debo a Muñoz Molina y a la colosal historia narrada en La noche de los tiempos.

Versa sobre un triángulo amoroso que ha de resolver su idilio en medio del estallido de la Guerra Civil Española. La posición neutral desde la que se sitúa el narrador, sin haber hecho juicios (con lo fácil que es ponerse de cualquier bando tratándose de este tema), y la intensidad de las fotografías de esas almas que deambulan por los escenarios matritenses y neoyorquinos me han fascinado. No es sólo la intriga, sino la descripción del alma humana, a la altura de los grandes clásicos: las pasiones, los miedos, la alegría, el horror… Todos son sentimientos que pueden darse en el mismo personaje, en la misma persona y en tan sólo unos meses: se puede recuperar la juventud y alcanzar la vejez casi sin notarlo en un tiempo solapado.

Si alguien está dispuesto a no dejar de respirar hondo durante tres páginas seguidas -que es la longitud que tienen la mayoría de sus párrafos-, si alguien quiere comprender qué es amar con toda la complejidad de una triple perspectiva para dejar de juzgar, si quiere comprender lo difícil que es tomar decisiones (que algo así debió de ocurrir también en la relación de Pedro Salinas con Katherine Whitmore), si alguien quiere vivir el escenario atroz que debe de ser cualquier guerra –todos pierden en la contienda-, si alguien quiere saber qué es fanatismo, qué es derrota, qué es esperanza, qué es humildad, qué es decepción, qué es amor; entonces, que ese alguien se siente despacio y con la página en blanco del alma para viajar a 1936.


La música viene de la mano del praguense Antonín Dvorák:
http://www.youtube.com/watch?v=-ENf4VEhI40&feature=fvw