Estaban debajo de la higuera hablando en voz
baja, con sonrisas tenues y miradas de respeto. Flotaba en el ambiente la
sombra de un pasado que todos podíamos tocar y el eco de una voz. Era catorce
de febrero. Él y ella se hicieron una foto en actitud cariñosa bajo ese árbol
que emanaba inspiración. Otro se sentó alejado, pensativo. Alguno, de repente, lo sugirió: “Profe, ¿leemos un
poema?” Y uno de ellos leyó en voz alta, declamando los versos, lanzándolos a
la tierra. Y así, de esta humilde manera, hicimos nuestro homenaje a Miguel
Hernández. De vuelta todos coincidían en que lo más especial de la visita a Orihuela había sido ese
momento en el que, de alguna forma, esperábamos que nos impregnara algo de la
inspiración del poeta al tocar las mismas piedras, al mirar las mismas ramas, al
oler el mismo sol. Así que, en los últimos veinte minutos de la mañana, antes
de dispersarnos cada uno hacia su vida, hicimos un círculo bajo el sol y algunos
leyeron los versos del oriolano: soy
tronco de mí mismo, mas no quiero; De mi sobrante, amor, y de ti falto,/ peno y
suspiro azul, solo y esbelto; Inútil es mi oreja sin tus voces; Mis ojos, sin
tus ojos, no son ojos/ que son dos hormigueros solitarios; Este rayo ni cesa ni
se agota; Besarte fue besar un avispero; ¡Cuánto penar para morirse uno!; Me
llamo barro aunque Miguel me llame; Llegó con tres heridas; Tristes guerras/ si
no es amor la empresa./ Tristes. Tristes.
Y así fueron fluyendo de sus voces adolescentes
palabras de otro tiempo y ¡tan sin tiempo! Yo, en silencio, absorta en la
belleza de la escena, los miraba más allá de la voz, más allá de los años, y
sentí la magia de la poesía y la tristeza del futuro. No pude evitar que se me
formase un nudo en la garganta. Algunos confían en la difícil posibilidad de
obtener una beca para estudiar en Canadá; otros, sencillamente, se muestran
resignados ante un porvenir en el que saben que todo será muy difícil. Sin
embargo, no se rinden: los veo estudiar con ahínco, mostrar un respeto infinito
hacia la cultura, indagar en la historia para comprender mejor el presente, y,
en definitiva, interesarse por todo aquello que los hace más personas.
Sonó el timbre. Todos nos dijimos hasta
mañana con unas sonrisas alegres, conscientes de que algo había sucedido. Antes
de irnos crucé la mirada con una de ellas, nos dirigimos un gesto de pena y de
complicidad porque allí, en ese círculo, un año antes nos despedimos de Miguel,
y allí, el pasado jueves, también estuvo Miguel, nuestro otro Miguel, nuestro compañero del alma...
No hay comentarios:
Publicar un comentario