8 feb 2018

En un café


[Yo. Julio, 2008. Cabo de Gata.]

Ayer, mientras compartía un café con un colega, me dijo, de repente y sin que hasta ahora hubiésemos llegado a ninguna confesión personal: "ayer me dijo mi hijo: -Papá, nos has dedicado la vida. Gracias". Yo, quemándome con el café ardiente lo miré y le sonreí. Le dije que, pasados los años y viendo a los hijos propios desenvolviéndose en la arquitectura del día a día que se hayan diseñado de forma satisfactoria, no puede haber un reconocimiento más alto. Y mi compañero añadió: "No me arrepiento de nada. De joven tuve la oportunidad de hacer proyectos y diseñar para los grandes, pero decidí dedicar mi tiempo a llevarlos de un sitio a otro, a ayudarlos en las tareas del colegio, a estar con ellos, a jugar. ¡Y qué mejor cosa podría haber hecho! Los logros profesionales son para otros, yo ahora sé que tomé la mejor decisión". 
Él terminó su café, yo el mío. Ambos nos dirigimos a la siguiente clase. Pero esa conversación no me ha abandonado desde ayer. Un hombre en paz consigo mismo. Ahí está el ejemplo de todos los manuales de autoayuda de hoy en día, de todas las corrientes tan chic como el Midfullness y demás. En realidad, nada es moderno; lo esencial pertenece a la sensatez atemporal: lo que importa, lo que nos mueve, es el amor. Cada uno pone el foco donde quiere: los poderosos, en el poder; los ansiosos del éxito, en el aplauso; un padre, en su familia.
Esta vida... ¡qué simple y compleja a un tiempo! ¡Cuántas aristas y vértices que modifican el prisma de colores! ¡Qué absurdo vivir haciendo malabares con los recuerdos, con los proyectos de futuro, con los anhelos incumplidos, con los sueños rotos! ¡Qué necesario es mirar alrededor para darnos cuenta de que lo que importa es que tu hijo, pasados los años, sea feliz por haberte tenido como referencia! 

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