10 abr 2011

¿¡Tú no tienes Facebook!?

[Detalle de una escultura de Eduardo Chillida, Museo Chillida, San Sebastián]

Yo tampoco… El antiguo hacker informático Zuckerberg, padre fundador de Facebook (antaño precedido por el artículo “The”), pasaba sus ratos libres husmeando en los pupitres privados de los ordenadores de sus colegas de universidad –de ahí el nombre-, el mismo que hoy dice que el objetivo de este retoño virtual suyo es "hacer del mundo un lugar más abierto". Yo, que no soy padre ni madre fundador ni fundadora de nada que valga millones de dólares (solo fundé un hogar y unos pocos pero muy buenos amigos: Ana y Juan, Maite y Jose, Jesús, Natalia, Iria, Mónica y Miguel, María Luisa, Iñaki, Luci y Manolo, Charo y Diego, Neli y Joaquín, y algunos que me dejo sin nombre pero que están), tengo todo el derecho del mundo a contemplar mi mundo como un lugar “más cerrado”. Las puertas de mi mansión interior las abro a quien me da la gana, y no a quien me autoriza a través del amigo de un amigo que ahora, por suerte, es un nuevo amigo para mí, aunque no lo haya visto más de un par de veces y su perfil y el mío disten mucho de ser similares.

Hace un par de meses me tropecé con una antigua compañera de instituto que me instó, como otros han hecho últimamente, a hacerme del Facebook –¡vaya, el corrector ortográfico de Word pone la página con mayúscula! Hace un par de semanas, alguien me enseñó a través de su… ¿muro?, ¿tablón de anuncios?, las fotos de una chica (a la cual no conocía, pero a quien tenía acceso gracias a la telaraña de la red) que había retratado su generoso embarazo a lo Demi Moore o a lo Julia Roberts, siendo, como mucho, un espectáculo de lo más cutre que he visto en los últimos tiempos.

Yo no sé qué pasa en el mundo de hoy, pero cada vez me siento más prehistórica: no se trata de un rechazo a la tecnología que me hace la vida más sencilla, se trata de un no rotundo a la exposición pública, a la falta de privacidad, a este fervor colectivo por que sea conocido todo lo que uno hace en el mismo momento en que uno lo está haciendo. No admito como amigos a quienes no he elegido yo, no admito que mis fotos –siempre privadas, aunque sean de una plaza en una ciudad que acabo de visitar- sean vistas por quienes a mí no me apetece que sean vistas.

Echo de menos el contacto directo de la calle, las largas llamadas de teléfono en las que el tono de la voz y los suspiros y sonrisas eran esos emoticonos o caritas que ahora quieren sustituir el aliento de lo que no encontraba la palabra exacta. Echo de menos que algunos de los que quieren que me dé de alta en esa red (lo que no haré por más que se empeñen) no me llamen personalmente para tomar un agradable café: ¿por qué he de compartir lo que me pasa a través de una pantalla con alguien que voy a ver el próximo fin de semana en vivo y que podrá escuchar el tono de voz en que le digo las cosas y de quien podré tasar su gesto de aprobación o desacuerdo?

En esta carrera de la vida en que el valor de la persona se mide por el número (astronómico) de amigos que tiene en su Facebook o en su Twitter o en su Badoo o en su Hi5 o en su Tuenti, en este escaparate en que se ha convertido la privacidad de las personas, yo digo NO, yo no entro. Gracias a las decenas de amigos que me han enviado solicitudes de amistad, gracias a quienes sin conocernos me han enviado solicitudes de amistad, gracias a quienes desean incluirme en su “red de amigos profesionales”, gracias a los miles de amigos que sin embargo no lo son. Porque, para mí, la amistad tiene el calibre de las miradas, el objetivo de las sonrisas, el calor de un café o el sonido de un lento paseo escuchando, también, por qué no, los silencios que sancionan como cómplices a quienes van en el mismo sendero de la vida.



2 comentarios:

Anónimo dijo...

Pues yo tampoco tengo esa cosa ni estoy pendiente de si alguien me agrega o no me agrega, porque me importa un bledo. Creo que lo dices bien en tu artículo, que hay mucho cutrerío y mucha frivolidad destrás de esas redes. A mí me han llegado a insinuar que si no me conecto no existo, cuando la verdad es que quienes no existen son quienes solo se manifiestan de forma virtual. O eso me parece a mí. Así que yo tampoco, y a mucha honra. Un saludito.

Juan Ballester dijo...

Mira esta entrada "De gustibus" de Tomás Segovia: http://tomassegovia2.blogspot.com/

Un saludo: Juan Ballester