4 jul 2011

Tal día como hoy


[Mi abuela Isabel y yo]


El 4 de julio era frecuente que me despertase con el ring del teléfono. Mi abuela, bien temprano (porque ella siempre se levantaba al amanecer) me daba los buenos días con la misma frase: "Isabelica, que hoy es nuestro día, tenemos que convidarnos".

Hace ya tres años que no nos felicitamos mutuamente porque ella se fue, olvidando quién era y quién había sido. Sin embargo, uno de sus últimos gestos fue invitarnos a todos los que estábamos en el salón de su casa (familiares) a cenar y a dormir, porque creía que fuera había nevado y hacía mucho frío. No sabía quiénes éramos, sólo reconocía en mi padre la figura de alguien a quien había querido mucho; a él le pedía insistentemente que nos preparase camas y comida.

Al despertarme casi al alba como hacía ella, hoy he recordado sus anécdotas más cariñosas, como aquella vez que se peleó con su vecina y amiga de toda la vida porque no quería creerse que yo (¡su nieta!) había aprobado las "exposiciones" (por oposiciones) la primera vez que me había presentado. Después de aquel episodio, mi abuela siguió haciéndole los mismos favores que antes: le traía la compra del mercado o le subía la fruta de la tienda de la esquina, sólo que le colgaba las bolsas en la puerta, llamaba al timbre de la vecina para que las recogiese y se iba sin saludar. Hay miles de detalles que la hacían ser la mujer que ella olvidó ser: su generosidad desmesurada, su mesa siempre puesta para cualquiera que llegase a la casa, su coquetería femenina, su alegría por la vida...

Recuerdo mil momentos hoy, que me beberé una copa de vino por ella, por su memoria, y por la lección de optimismo que nos dio a todos.

2 comentarios:

Pedro Antonio dijo...

HOla Isabel, me ha gustado mucho tu texto. Es un buen recuerdo, hablar desde el recuerdo, y sobre quienes en su mente les quedan por desgracia leves lagunas de recuerdo. Para mí, ha sido muy emotivo. Enhorabuena ;)

Isabel Martínez Llorente dijo...

Sí, Pedro. Es verdad que pierden recuerdos, pero conservan la emoción más primigenia, la que los ataba no a las palabras ni a la razón, sino al corazón. Por eso mi abuela siempre confió en mi padre aunque no supiese que era su hijo, y por eso fue generosa con todos hasta el último momento, porque así era ella. Es hermoso guardar los recuerdos que ellos perdieron, y es hermoso rememorarlos desde la alegría de haber podido compartir muchos momentos importantes con ellos. Comprendo que sea emotivo también para ti. Y siempre, Pedro, hemos de tratar de acercarnos a esas ausencias con gratitud y aceptación. O al menos, intentarlo... Aunque a veces sea difícil.

Un abrazo y gracias por pasarte por este blog y dejar tus palabras :)