16 ago 2011

El músico

Está tendido en una cama desde hace diez meses porque sus piernas han decidido tomarse un merecidísimo descanso del día a día. Sus ojos sólo atisban sombras, agotados de contemplar tantos horizontes, sus manos siguen firmes con pulso decidido; su piel, tersa; su cuerpo, varonil, aún conserva las trazas de quien ha sido. Bromeando y contando chistes en el dormitorio donde es cuidado por sus dos hijos, pregunta por la familia, recuerda las múltiples aventuras de su vida, nunca olvida un cumpleaños o una fecha que haya sido importante a lo largo del camino. El domingo pasado relató con gran emoción que se enamoró de su mujer y de la madre de sus hijos cuando ella, tras haberle guardado su chaqueta durante una actuación, se la colocó sobre los hombros y lo miró a los ojos con una sonrisa. Confesó haber sentido entonces un cosquilleo que le recorrió todo su cuerpo y decirse a sí mismo: "ésta es la mía". Ha tocado el laúd durante toda su vida, aún hoy dice que podría tocarlo. Se ha hecho amigo del cura que puntualmente lo visita los miércoles. Nunca fue cristiano, tampoco ahora, pero dice que le ha cogido aprecio a ese sacerdote porque es una buena persona, y "a las personas buenas hay que respetarlas, crean en lo que crean". Casi a punto de marcharme, declaró: "debería morirme ya, porque ¿para qué seguir viviendo en una cama? Pero la muerte es muy fea, además, ¿qué voy a hacer yo muerto? Esta vida es muy hermosa". Se llama Antonio, por todos conocido como "el músico". El mes próximo cumplirá noventa y nueve años. Una sabia lección de fuerza y optimismo: dos guerras mundiales, una guerra civil desde el frente republicano, una posguerra durísima, las muertes de mujer, un hijo y todos sus hermanos. Y una fe ciega por el hermoso camino de vivir.


Esta música, ¡a su salud!: David Kellner


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