7 oct 2013

Mal, muy mal vamos...

[Imagen tomada de www.automotivedoctors.com]


Dice Flaubert en una de las cartas que conforman su correspondencia: “Después de todo, mierda. Con tan poderosa palabra puedes consolarte ante todas las miserias humanas, razón por la cual disfruto repitiéndola: mierda, mierda”.

A una le entran ganas de repetirla con ahínco después del episodio que me ha sucedido esta mañana.

He ido al instituto y he dado cuatro clases lectivas como manda mi horario, eso sí, de la manera que he podido: he tenido a los muchachos en sus asientos trabajando sin poder resolverles dudas ni explicarles nada porque me he quedado completamente afónica y con una tos que me ahoga. He de decir que al verme así se han portado de maravilla (que no es lo normal…). En el transcurso de la cuarta clase no me he podido resistir y he intentado aclarar algunos aspectos de la Divina Comedia y de su célebre Canto V (Infierno), mientras una alumna leía en voz alta esos versos de Dante en los que Paola confiesa que nessun maggior dolore che ricordarsi del tempo felice nella miseria. En esto me ha venido un golpe de tos que casi me hace vomitar ante mi auditorio que, presto, ha acudido a mí con agua y caramelos.
Una hora más tarde estaba sentada delante de un médico de cabecera que, amablemente, ha dejado de hablar con su colega para atenderme en una consulta sin secretaria, sin pacientes en espera, sin nadie más que el amigo y yo. Tras mirarme la garganta y auscultarme el pecho me ha medido la “saturación” recriminándome llevar brillo en las uñas porque si una se las pinta el aparatito no funciona. Yo, silenciosa, no he dicho nada. A los tres minutos estaba recetándome antibióticos, jarabes, mucolíticos y algo más que no logro descifrar. Al mismo tiempo me ha preguntado por mi trabajo. Le he dicho susurrando que soy profesora de Lengua y Literatura y él, con tono serio y con gesto de superioridad, ha soltado el papelito que estaba preparando para proporcionarme una baja de unos días a la espera de mi cura y me ha dicho: "¡Ah, entonces eres de los que no trabajan!". Me ha alargado la receta con la medicación y me ha despedido para volver a charlar con el colega que esperaba en la puerta.

Ni resignación, ni cabreo, ni malestar: pena, pena por la falta de reconocimiento a un trabajo, el mío, que es de suma importancia. Pena por los millones de seres que piensan como él. Y entonces me he acordado de la frase de Flaubert y mascullando para mis adentros he dicho, con parsimonia, mierda…

1 comentario:

Anónimo dijo...

Yo que tú lo hubiera instado a repetir esas palabras porque "no he oído bien", palabras a todas luces despectivas e insultantes para ti y para tu colectivo, y después me hubiera ido a buscar una hoja de reclamación y lo hubiera denunciado por escrito, simplemente para desahogarmne, porque a lo peor no va a ningún sitio. A continuación hubiera vuelto a su despacho para darle las gracias por no autorizarme esa baja, porque en tal caso, como sabes, se nos reduce casi la mitad del sueldo que tenemos congelado desde hace años. No nos queda otra que aguantar en clase como sea, y de paso aguantar a esta panda de imbéciles...