19 ene 2014

Proyecto



A veces te pones a teclear por el simple hecho de escuchar el sonido mecánico de los dedos sobre la superficie lisa y suave del portátil, por la añoranza de escribir. Hace días que querrías alimentar tus halos; sacas fotos del cielo camino del trabajo y te fijas en las nubes, en los fantásticos colores del amanecer, intensos, a veces de un rojo que pareciera que algún dios lejano y presente llora. Piensas que esa canción que ahora escuchas ilustraría muy bien unos versos trazados al vuelo ¿Cabe el tiempo en unas cajas?/ ¿Qué llaves de acero abren/ todas las puertas cerradas? y que has de trabajar para convertir en poema. Pero enciendes la pantalla y sobre el escritorio hay cinco documentos urgentes que has de esculpir, mimar, completar, ampliar, y que van engrosando tu tesis doctoral, esa vieja amiga que acaso no concluyas. Al mismo tiempo recuerdas que querrías darle unos textos del Romanticismo que te emocionan y que, bien lo sabes, a esos diez alumnos les hará levantar la vista del papel y suspirarán. Así que te pones a ello. Y al mismo tiempo el paté de queso que acabas de elaborar ya empieza perfumar con su aroma el pasillo de la casa. Tengo hambre. Me llama una amiga para avisarme de que en diez minutos llegan ella y su hijo a casa un ratito. A estas alturas ya sabes que los documentos seguirán esperando, que los halos te aguardarán pacientes, que las imágenes seguirán sin revelar dentro del móvil en una especie de limbo, y los versos estarán dentro de tu mente convirtiéndose en endecasílabos y heptasílabos, o permaneciendo así, o añadiendo y quitando después. Y así pasa el domingo, y pasan los días… Quizás vivir no sea más que un proyecto.

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