26 abr 2015

Fatalidad




Mi yo es una historia, nunca un hecho; no puedo conocerme sino investigando las disposiciones que fui y soy; tampoco puedo hablar de mí mismo sin relatar los resultados de tal investigación (…). Niño es una calidad; joven, otra; adulto, otra. Es imposible recobrar las calidades perdidas, porque lo pasado no retorna, y ningún instante se repite, no obstante la opinión de muchos antiguos y modernos. El recuerdo es nuestro espíritu. 
Miguel Espinosa, ASKLEPIOS

He desayunado leyendo en el periódico cómo la tierra se ha tragado miles de vidas y siglos de historia en un lugar que nunca he visitado pero que siempre ha sido referente de mi fatasía: Nepal. Desde hace años perseguía los documentales de viajes que recorrían su territorio y he buscado lecturas y reportajes que me llevaran a viajar a ese territorio tan peculiar del planeta. Hoy, viendo las imágenes de esta tragedia en televisión, no puedo más que evocar un antiguo recuerdo.



Estamos en septiembre de hace diez años, y acaban de entregarme el dormitorio nuevo que habitará la casa que acabo de comprar. Esa misma tarde he bajado a la tienda de lámparas que hay junto al edificio y he adquirido las que darán luz en la mesita de noche: tamizan la bombilla y se desprende un tono anaranjado. En la pared cuelga un cuadro en el que se atisba un personaje contemplativo que, sentado, mira hacia la luna llena. 
Estoy acostada y leo un ejemplar de la revista Siete leguas, una combinación perfecta de textos e imágenes que me transportan a todos esos paisajes que nunca he visto pero que siempre he querido recorrer. Entre ellos, en aquel número, Katmandu, "la ciudad de los dioses" según Franciso López- Seivane. Como siempre, hojeo las páginas del reportaje y contemplo las fotos del lugar: son ambientes llenos de niebla, de sol, de gestos, de templos y pagodas, de color y bullicio, de ensoñación. Leo que hace años los hippies ocupaban las escaleras de los templos de Durbar Square, que el ritmo de la vida allí no tiene nada que ver con la percepción del tiempo de un occidental, que las mujeres se reúnen para ofrendar pétalos de flores a los dioses, que hay rincones que parecen un recoveco del tiempo. Levanto la vista y vuelvo a percibir que en mi dormitorio hay silencio y tonos anaranjados, miro hacia arriba y contemplo a quien contempla la luna. Y pienso que este remanso de paz también tiene algo que ver con la luz de lo que leo, con la armonía de los pasos silenciosos de la gente que habita los viajes que nunca he hecho y los recuerdos que aún no he forjado. Y confío en el futuro. Y sé que alguna vez un billete me llevará hasta esas plazas, hasta esos escalones.


Hoy, leyendo el artículo de Paco Nadal en El País, sé que ya no se realizará ese futuro, y que la fatalidad del destino quiere tragarse, sin piedad alguna, los sueños de la gente. Es un día triste. 



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