A menudo me pregunto qué nos mueve, ahora, a rechazar a ciertos clásicos de la literatura que nos acompañaron en la infancia y perseveraron en la juventud. Hace poco me mordí la lengua mientras asistía al sacrificio crítico de Julio Verne, un autor al parecer poco apto para las nuevas hornadas de alumnos de nuestros institutos. Me dolió como si un extraño viniera a decirme que mi bisabuelo no sabía contarme los cuentos que me contó y que aún habitan mi imaginación. Me recuerdo sujetando en mis manos Viaje al centro de la tierra y acompañando en la caída a Axel. Fue una experiencia frenética, de la que me queda esa curiosidad por las piedrecitas que adornan las playas de Almería, con sus colores fascinantes formando un mosaico natural. Puedo observarme adentrándome en la selva o llevando sobre mi hombro a Viernes, sobreviviendo cual Crusoe en la isla desierta de mi pueblo en aquel verano interminable. Por no hablar de los tesoros buscados, de las ochenta vueltas que pude dar al mundo en un solo día. De subir a la Luna -¿habré bajado completamente de ella?-.
Al fin, la lectura es un huracán de bendita subjetividad, un torbellino de emociones, un gozo intransferible. Porque la imaginación puede asustar a quienes, extraviados en los albores de su edad tardía, ya perdieron las riendas de ese caballo fascinante que es metáfora de la libertad.
Nos salva la gramática de la fantasía, la morfología de la creatividad, la sintaxis de la utopía, la insubordinación de los sueños. Por suerte.
2 comentarios:
El viaje apasionante y apasionado de la lectura sólo pueden gozarlo los privilegiados de este mundo. No se hizo la miel para quien no la valora. Enhorabuena por recordárnoslo. Y basta.
¡La miel se hizo para los buenos desayunos, acompañándolos de nueces y tostadas! Pero para saborearlos, hay que ser una persona sensible, hambrienta y con el paladar fino.
Veo, anónimo comentarista, que también tú desayunas bien.
Gracias por pasarte por este blog, y enhorabuena por ser uno de esos privilegiados. Porque también tú lo eres.
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