CARA
He vuelto a las aulas universitarias: tras casi diez años de adiós al lugar del que salí con un título en la mano, he vuelto a sentarme en los pupitres de la Facultad para darme cuenta de que viví en la prehistoria de la educación. Nadie puede imaginar el calibre de mi sorpresa al ser testigo de que la mitad de los alumnos que asisten al curso pasa el rato conectado a Facebook o a Twiter (ya no se lleva aquello del Messenger, ¡qué anticuada me quedé!). Ahora, los jóvenes de los que me separan no demasiados años –y sin embargo me siento en las antípodas de esa juventud- se dedican a enviar sms, no tienen ningún pudor en llevar el móvil conectado y con sonido (incluso se salen al pasillo a hablar si el aparatito suena), se afanan en chatear con los colegas sin importarles que delante de ellos, de nosotros, haya alguien que intenta enseñar algo. Y yo, atónita, contemplo el espectáculo con escepticismo.
CRUZ
Esta mañana, un alumno de 15 años, con una amplia sonrisa que denotaba esa especie de orgullo que uno siente al saber que ha conseguido un buen resultado en algo, al terminar su examen sobre lírica medieval me ha dicho: “Profesora, me he aprendido una jarcha en mozárabe y te la he escrito”. Otra alumna me ha pedido que le mande un trabajo extra para subir nota, porque sabe que no ha sacado un diez en el examen y quiere un diez; y me ha razonado sus motivos. Luego, una tercera alumna de la misma edad me ha pedido por favor que le corrija unos esquemas, voluntarios, que ha hecho para repasar contenidos; en el reverso del folio le he puesto: “Excelente. Probablemente sea lo más valioso que yo pueda enseñarte: una buena técnica de estudio. No dejes de hacerte esquemas”.
¿Qué sucede en la enseñanza? Una cada vez sabe menos de todo, pero si de algo estoy convencida es de que gracias a ese grupo de alumnos que me ha devuelto la esperanza en mi labor, no todo está perdido. Habrá redes sociales, habrá tecnologías que ahorren tiempo para luego “derrocharlo” en mirar las fotos de la amiga del amigo de mi amiga, habrá aulas sobredotadas con cien personas que parezcan distraídas. Sin embargo, hoy siento que de esas cien habrá al menos dos o tres interesadas, dos o tres que tendrán ilusión con llegar un paso más allá: el paso de aprenderse la jarcha en mozárabe o de hacer un trabajo extra, por ejemplo.
La cara es inseparable de la cruz de la moneda. Por suerte, siempre existe el ángulo del canto, y acaso sea en éste donde podamos situar esa especie que todavía nos permita confiar en el futuro de este mundo.
Y una ilustración musical: Los chicos del coro
4 comentarios:
Isa: tú también tienes gran parte de responsabilidad en esa "cruz" de la moneda, ¿no crees?
Gracias, Anónimo, porque al leer tu comentario he reparado en que, desde un punto de vista puramente pragmático o histórico-simbólico, la cruz se corresponde con la parte negativa de cualquier acontecimiento, y la cara, siempre se ha dicho, con la positiva. De modo que en este post, donde puse cara debí decir cruz, y viceversa. Pero como comprendo el sentido de tu comentario de la "cruz" y tal vez por ahí vayan las comillas, te agradezco el piropo.
¡Quede subsanado el error!
Hola Isabel. He llegado a tí a través del blog de Murciaútil. Me siento cercana a tí en lo que he ojeado. Regresaré.
Yo salí de la universidad en el tiempo de las cabinas, ¡maja! Lo más de lo más era mandar un fax (otra vez ¡maja!)
Respecto a la educación. Creo que es muy importante también quien la transmite: la educadora. Que le guste su profesión, que respete y sienta curiosidad por el alumnado. Que transmita con cierta pasión...
Yo de verdad creo que es una cruz esste mundo de redes sociales virtuales en las que se mueven/nos movemos. ¡Perdemos tanta energía y tiempo en teclear mensajes nimios! ¿Y el pensamiento crítico? ¿La soledad necesaria? ¿El roce? ¿Los ojos?
Te dejo, que te aburro...
María, ¡bienvenida a estos halos azules!
Yo llegué al blog de Murcia Útil por el enlace de un amigo y me parece de lo mejorcito que conozco... las fotografías son magníficas, su autor tiene una mirada afilada; los textos siempre dan en el centro del ingenio.
No importa cuándo salga uno de la universidad sino que la inquietud que nos movía entonces siga moviéndonos.
Respecto a la educación...sí, importa transmitir con ilusión. Pero siento que cada día los profesores tenemos que luchar por no desmotivarnos. Es fácil caer en el tedio del papeleo (programaciones, informes, diagnósticos, autoevaluaciones, autoevaluación de la evaluación...) y olvidamos que lo importante son ellos, unos muchachos de 15 años de media que están empezando a decidir qué les gusta y qué no.
Las redes sociales son un arma de doble filo... Yo soy reacia a caer en ese universo, sin embargo, un niño de 12 años maneja un ordenador y un abanico de programas con una facilidad que a mí aún me sorprende... La utopía sería que existiese el equilibrio, como en todo. Y como siempre, ¡qué difícil es!
Un abrazo y pasa por aquí siempre que quieras. Bienvenida de nuevo.
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