1 feb 2017

El orden del caos

Vengo reflexionando desde hace unos días qué sucedería si yo fuese una persona ordenada y metódica, ya que no lo soy. Y casi mejor, después de pensarlo, me quedo como estoy. Resulta que pierdo cosas:  no es que desaparezcan de mi casa o del instituto en el que trabajo; sino que no las encuentro. He logrado, con el paso de los años, establecer un lugar fijo para dejar las llaves de casa y del coche, y es un éxito para mí constatar que cada vez que me voy sigan en el lugar establecido. Sin embargo, todo lo demás, no tiene su espacio. Hay apuntes que van y vienen, recortes de periódicos, textos para su comentario o análisis en clase desperdigados por carpetas físicas y virtuales, fichas de lectura, notas sueltas de un libro que quiero leer o una película que ansiaba ver o una canción imprescindible que tengo que volver a escuchar, un calcetín viudo que tal vez espera encontrar su compañero en el paraíso de los calcetines olvidados, una camiseta interior con el escote amplio que me vendría muy bien ahora con este jersey, esos zapatos negros de tacón alto que juro haber guardado (ordenados) en una caja que ahora está desaparecida. Porque esa es la otra clave: si ordeno algo según el lugar que debería corresponderle, nunca más lo volveré a encontrar.

He de decir en mi defensa que no soy la única de este mundo que vive en ese aparente desorden, ya que entre todo eso que no está clasificado siempre acaba apareciendo lo que necesito. Y es que el desorden guarda en sí mismo un orden interno, el caos se organiza en torno a motivaciones. Y es ahí donde surgen analogías y desde donde empieza lo que considero uno de mis atributos más divertidos: la creatividad. ¿Qué sería de mí sin las asociaciones increíbles? 

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