Mi madre, momentos antes de desaparecer por la esquina de la calle del pueblo que vio mi infancia, me despedía así. Y yo, en la larga ausencia, he saboreado esa despedida suya en pequeños sorbos y hoy le ofrezco mis motivos. Sí, tiene razón. Y me gusta salir del centro del mundo que cada uno construimos en nuestra realidad cotidiana porque sólo así se es capaz de relativizarlo todo, consecuencia directa de estar un paso más cerca de la felicidad.
Pelea de gallos, plaza Jemaa El Fna (Marrakech)
A estas horas en la plaza Jemaa El Fna de Marrakech la vida estará hirviendo con la luz de la mañana, las calesas pasearán a turistas, los ciegos estarán pidiendo una moneda, las adivinas del futuro cogerán tu mano para pronosticarte o para hacerte un laberinto con henna, los encantadores de serpientes bailarán al son de sus criaturas con las flautas y tambores, el señor del mono ya ha adquirido los rasgos saltarines del animal que posará en los hombros de viandantes, los puestos de naranjas ofrecen su néctar desde primeras horas a seis dirhams, en el café de Francia no estará sentado aún el señor Don Juan Goytisolo, multitudes irán y vendrán sin ningún orden ni concierto y en ese caos nadie te pisa, nadie te arrolla. Hay un respeto al espacio para que cada uno pueda aspirar los sabores, oler los sonidos, vivir tantas vidas.
Oranienburger Straße (Berlín)A estas horas la casa de Brecht ya admite a los lectores del dramaturgo en ese Berlín “en construcción” donde el silencio, el orden, la cordialidad, administran calles, bares, galerías de arte, estaciones de metro. La serpiente de personas que quieran subir al Reichstag para contemplar la panorámica de la ciudad ya se muerde las uñas en ese vasto campo que accede al alto cielo. El señor iraní que ofrece champán y cervezas y tarjetas de visita seguirá con su sombrero negro, vestido impecablemente con esa sonrisa que denota siglos de vida piropeando a viajeras que se sientan en su antro frente al refugio de artistas underground que lleva por nombre Zapata y que va incluido en los tours turísticos de la ciudad, lugar al que se accede tras pasar por delante de una enorme pared que te pregunta cuánto dura el ahora.
Calle principal del Soho (Londres)
El Soho londinense ya cocina sus exquisiteces en una mezcla de olores que atolondran los sentidos. En la Tate Modern el beso de Picasso y las mujeres de aire de Giacometti siguen dejando boquiabiertos a los que pasean entre tantos azotes de excelencia ajenos al jaleo de Picadilly.

Catedral de Santiago de Compostela
La Plaza del Obradoiro se llenará de objetivos para perpetuar sus peregrinaciones hasta el pórtico de la Gloria este año que ya no es santo mientras la perpetua lluvia que no moja sigue cayendo.
En Madrid el bar de la esquina ya no es regentado por mi amigo Tomás pero seguirá atendiendo a quienes salgan exhaustos del Reina Sofía o a quines el tren haya dejado a escasos metros provenientes de otras latitudes en la estación de Atocha.

Frente a la iglesia de Santo Stefano (Bolonia)
En Bolonia, esa ciudad que me sorprendió con dieciocho años enseñándome el sonido de una cámara réflex y el sabor de los helados en I giardini Margherita; allí, digo, los bologneses irán y vendrán en su trasiego matutino; las librerías, entre otras ésa tan especial donde puedes leer mientras degustas un vino o un capucchino que sabe a gloria si afuera llueve, ya habrán abierto sus puertas, los sonidos del italiano inundan la alforja que cada uno lleva, y la sorpresa de los dieciocho se renueva a los treinta mientras la vida continúa como si todo hubiese sucedido hace doce años.

Alrededores de Zozaia, Valle de Baztán (Navarra)
En su pequeño hotel encerrado al pie de los Pirineos la italiana Sabrina y su compañero Kuko, entrañables ambos, estarán sirviendo cuidadosamente los croassants del desayuno a los huéspedes con ese olor a recién hecho, a recién exprimido el zumo de naranjas, a recién despertado al silencio y a la paz.
Valencia ya estará repleta de las gentes que toman sus cafés en la plaza del Ayuntamiento y habrá quienes, aprovechando el día soleado, tomen un tranvía a la Malvarrosa.
En esta avenida en la que vivo, ahora pasa el sonido de una moto, una pareja compra el periódico justo aquí debajo, sale y se aleja paseando, el sol se cuela lateral e inunda el salón hasta la esquina de este sofá color crema en el que estoy tecleando las palabras que tú lees como respuesta a mi madre, la lilium de flores amarillas maravillosas que ayer compré luce sus colores, orgullosa, a mi derecha.
Uno puede sentirse, ante tal panorama, absolutamente pequeño. En todos los lugares me he sentido un alma más, alguien que pasa y que volverá o no, pero una insignificancia en relación al desarrollo del mundo. Por eso, mamá, sí que me gusta viajar. Porque de cuando en cuando el ser humano tiene la necesidad de no ser nadie (con minúsculas) para después volver, o Volver, con mayúsculas. Y ser tu centro. La que ahora acaba de colgar el teléfono porque me llamas para saber qué me cocinas hoy (que voy a reencontrarme con vosotros después de la aventura marroquí), me llamas para decirme que qué me apetece más. Y yo te pido esas comidas de cuchara que tanto me gustan y me dices que sí, que claro, hija, que lo que yo quiera. Y entonces, mamá, después de haber sido nadie, comprendo que soy Todo. Y es hermosa esta manera de ir y venir, este vaivén del mundo que me llena de tesoros el alma y me hace quereros y saberme una más y una única, que me hace ser, si cabe, un poquito más feliz.

Último sol del 2010, Plaza Jemma El Fna (Marrakech)
Esta tarde, cuando yo esté con ese padre que al llegar me abrazará tan contento por el reencuentro con sus bromas habituales, mientras yo esté tomando los largos cafés contigo en el sofá de casa, la mezquita de la Kutubia esconderá al sol tras ella, los almuecines llamarán a la oración solapándose unos a otros mientras la piel se eriza por la magia del momento, la plaza Jemaa El Fna se transformará y ofrecerá un espectáculo radicalmente distinto al que sucede en las horas de la mañana… Y vosotros y yo seguiremos ajenos al ancho mundo y conscientes de que la vida pasa y sin embargo, todo lo vivido permanece.